El vino embotellado era en España una rareza. En el campo, muchos tenían una pequeña viña, se hacían su vino y por supuesto no lo embotellaban. Desde la cuba llenaban un jarro, la bota o el porrón.
En las ciudades y pueblos sin viñas, la protagonista era la garrafa. En garrafas se comercializaban los recios tintos de Valdepeñas, Cariñena o Jumilla.
Me cuenta Néstor que en Salinas hubo viñas, e incluso hay un paraje llamado así: “Las Viñas”. Debió ser algo marginal. La altitud de Salinas no favorece el desarrollo de una actividad vinícola, que se considera no es normalmente viable por encima de los 800 msnm. Aunque puede que ahora con el cambio climático, si que se puedan cultivar variedades concretas.
El Catastro de Ensenada de 1752, nos dice que:
Por la cortedad del pueblo no hay tienda ni taberna, pero para que no falte vino y aceite, providencia su justicia la sirva un vecino por carga concejil, la que al presente está encargada a Benito Herraiz.
El ayuntamiento daba la concesión (por 200 reales) a Benito Herraiz para que trajese y vendiera vino. Llegaría transportado por arrieros en toneles o en botos (Pieles de carnero o cabra).
En el SXIX las garrafas fueron desplazando a los botos como recipiente, y aguantaron hasta los años 60 y 70 del SXX.
Ahora llamamos garrafa a los bidones de plástico, pero la auténtica, la tradicional, era de cristal forrada con mimbre o con caña como la de la foto. Luego pasaron a tener una funda de plástico, pero ya entonces hablar de “vino de garrafa” era hablar de vino malo. El bueno se vendía en botellas de ¾.
No hay estudios científicos al respecto, pero yo estoy seguro de que el vino nos hace mejores personas. ¡Viva el vino!