Me encanta el espino albar
que crece en cualquier ribazo,
a la orilla de un regajo,
o en un claro del pinar.
Es un gozo ver brillar,
su flor blanca en primavera.
Discreto, a septiembre espera
que el campo se pone triste,
y con sus frutillos viste
de escarlata la ribera.
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