domingo, 13 de marzo de 2022

1814: Una historia salinera


Todo fue sobrevenido. Era la tarde noche del domingo y estaban tranquilamente los cuatro en casa de Josef jugando a las cartas y tomando unos vinos. Entró aquel militar imbécil y soberbio con sus exigencias de que había que proporcionarle medios para su viaje, y cuando tras la discusión Matías salió de la casa, se dio cuenta de que él había metido la pata y mucho.
Aquello pasaría a mayores y seguramente tendría muy malas consecuencias. Al día siguiente mientras comía, se presentó una partida de 12 soldados a caballo. 

 -¿Matías Monteagudo? Si, soy yo. Le prendieron y le llevaron preso a Cañete.

De aquello había pasado solo un mes, pero se le había hecho eterno. La cárcel de Cuenca no es un buen lugar y menos cuando eres viejo y sientes que no te queda mucho.
Sus amigos y compañeros de partida habían declarado más o menos a su favor, o intentando no perjudicarle. Unos en mayor medida que otros. El alcalde , Manuel Serna, era un tarugo y con la coartada de no saber leer quería ponerse al margen de cualquier decisión que le comprometiese. Antonio Serna, el escribiente, vio la gravedad del caso y afirmó rotundamente que Matías Monteagudo la noche de los hechos estaba bebido y no sabía lo que decía. Lo mismo dijo Manuel Sánchez, el herrero, quien aseguró que todos ellos llevaban toda la tarde bebiendo. No tenía muy claro Matías que lo de estar bebido pudiese servir de atenuante, pero era la única excusa que podía presentar.

Quien no estuvo aquel día pero después sí se significó a fondo en su defensa fue su patrón, el administrador de las Salinas D. Luis Castilblanque. Dio excelentes referencias ante el juez de la honradez de Matías, su fiel medidor tras 50 años de trabajo. No solo eso: Ensalzó el compromiso de Matias con S.M. el rey D Fernando VII a quien Dios guarde y atribuyó lo sucedido a una más que evidente demencia, consecuencia de sus 76 años. De hecho había días en que por ello debía sustituirle en su trabajo de las salinas su hijo Ezequiel. Si un testimonio podía conmover al juez, era el de D Luis Castilblanque. 

Diecisiete de noviembre de 1814.
Presentados el Juez fiscal de la causa Sr. Bruno Pecharroman y su escribano en el cuartel de la Misericordia de Cuenca, donde se halla preso Matías Monteagudo proceden a su interrogatorio.

- ¿Juráis ante Dios decir verdad sobre los puntos que os voy a interrogar? 
- Si, juro. 
- Decid vuestro nombre, empleo, patria y religión.
- Mi nombre es Matías Monteagudo de 76 años, mi destino es de fiel medidor de las Salinas de Fuente el Manzano y soy de estado casado, y natural del mismo pueblo.
- ¿Sabe por qué se halla preso, por quien lo fue y donde?
- Vea Señoría, era un domingo que fui a casa de Josef Uceda a jugar a cartas. Alli, el alcalde y un oficial cuyo nombre no sé, discutieron sobre si el pasaporte del militar le facultaba para que le diésemos transporte, y en el sofoco de la disputa proferí y hablé cosas que no tengo presente ni me recuerdo, por lo que la gente de la casa me sacó a la puerta y de allí me fui a mi casa. A día siguiente me prendieron unos soldados de Cañete.
- ¿No recuerda haberle dicho al oficial que discutía con el alcalde que: “se echasen las maletas al hombro, que eran jóvenes y buenos mozos y siguiesen a pie, que los estaba sacrificando todo el mundo sacándoles lo que no tenían, que creyeron tener algún auxilio con la venida del rey pero que cada día iba peor y que era necesario cortarle el pescuezo al rey el primero y en seguida a los demás”.?
- Debe ser cierto que proferí lo que se me pregunta porque así lo afirman los vecinos y militares, pero verdaderamente no se lo que dije.
- ¿Por que razón o causa dijo era menester cortar la cabeza a nuestro amado monarca y en seguida a los demás? 
- No se. Igual por las muchas presiones y afanes que nos regulan. 
- ¿No sabe que nuestras haciendas y vidas son de nuestro monarca y que aun cuando nos pida todo, no le damos mas que lo que es suyo?
- Tengo entendido es así.

Matías fue devuelto al calabozo, donde esperaría la sentencia, que no tardó en llegar. Lo que él dijo a las claras era lo que todos pensaban, pero la torpeza fue suya. Además, nada hubiera trascendido si a aquel oficial imberbe y creído, le hubiesen proporcionado transporte, como exigía el pasaporte que portaba. Tuvo que llegar a Cañete por sus propios medios, y la denuncia fue su venganza. Todos los participantes del proceso, jueces, escribanos, eran militares. El asunto no podía salir bien.

Epílogo: La sentencia



P.D. : Las costas ascendieron a 316 reales, con 24 maravedíes. 

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